Es posible recuperarte de eventos traumáticos.
Cuando menos lo imaginas, tu camino puede verse obstruido por un suceso inesperado que supera tu capacidad para entender, asimilar y continuar. Las situaciones traumáticas pueden tener muchas formas, que incluyen accidentes, pérdida de seres amados de modo inesperado, enfrentamiento a la criminalidad cada vez mayor, y cualquier suceso que amenace nuestras vidas, nuestra integridad física o sexual, o las vidas o integridad de personas cercanas a nosotros. De hecho, un evento traumático puede ser tal si lo presenciamos, aunque no nos ocurra a nosotros.
Estos sucesos tienen la particularidad de poner frente a nosotros nuestra vulnerabilidad, al tiempo que no podemos defendernos o hacer algo para que las cosas sean distintas. En situaciones como estas, las herramientas de enfrentamiento que hemos adquirido a lo largo de nuestra vida resultan insuficientes para procesar lo ocurrido, y por esta razón, se produce lo que conocemos como trauma.
Los efectos comunes de un evento traumático incluyen pesadillas, sobresalto, hipervigilancia, ansiedad, angustia, enojo, tristeza. También puede ser que sientas que no eres tú desde lo ocurrido, o que lo que viviste o vives a partir del evento no es real. Todas estas son respuestas normales a un evento traumático, y durante el primer mes, se consideran parte de un trastorno de estrés agudo. Sin embargo, si este malestar persiste con intensidad, existe la posibilidad de desarrollar el trastorno de estrés postraumático, un desorden que interfiere con el desenvolvimiento normal de la persona afectada en distintas áreas, como la académica, la laboral, la social, la familiar.
Lo más complejo de una experiencia traumática radica en la sensación de desesperanza. Acompañada de una distorsión de lo ocurrido, que puede llevar a que la persona afectada desarrolle sentimientos de culpa o culpe a otros sin fundamento, la desesperanza hace que el afectado crea que ya nunca volverá a sentirse bien, a tener paz, a disfrutar de la tranquilidad.
Cada cosa que vivimos construye nuestra identidad, y no somos hoy los mismos que fuimos ayer. Pero lo traumático nos hace creer que es la experiencia la que nos define, y no el modo en que la abordemos, la enfrentemos, o la elaboremos. Autores como Judith Herman proponen un salto del lugar de la víctima al del sobreviviente, como parte del proceso de recuperación. Lo traumático, que tanto queremos evitar, retorna a nosotros desde las pesadillas recurrentes, los flashbacks o los sobresaltos constantes. Aquello que queremos evitar, nos acompaña insistentemente, hasta que lo miremos de frente.
La experiencia de horror se puede mitigar desde la palabra. Los miedos pueden desvanecerse al ser nombrados, interpretados, comprendidos en el contexto del trauma. Algo de esperanza aparece una vez que nos atrevemos a mencionar la obscuridad. El espacio terapéutico otorga un lugar seguro y neutral para enfrentar aquello que nos desarmó, permitiéndonos la producción de nuevos sentidos que hacen que lo experimentado sea tolerable. Toma tiempo, y produce miedo, pero el proceso terapéutico puede permitirnos vivir mejor, encontrar algo de paz.
En un proceso terapéutico, el trauma es translaborado, convertido en algo que ahora podemos integrar a nuestra historia para seguir. Desde la redefinición de lo traumático, incluyendo ya no solo los hechos, sino también el contexto, las emociones y los significados, redefinimos también quiénes somos, ya no como víctimas, sino como sobrevivientes. Como dice el adagio persa, esto también pasará.
Ana Jácome
2023
ana@anajacome.com
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