En nuestra cultura, la salud mental ha sido relegada a planos secundarios, restando importancia al funcionamiento de nuestra mente y nuestro bienestar integral. El malestar psicológico es estigmatizado, y sentimos temor o vergüenza de pedir ayuda cuando la necesitamos. Esto pareció cambiar a partir de la pandemia de COVID-19, pues el aumento de dificultades como la depresión, la ansiedad o el trastorno de estrés postraumático nos obligó a enfrentar el tema de nuestra salud mental. De cualquier manera, sigue resultando difícil pensar en acudir a un profesional para trabajar nuestros conflictos, y no dejamos de escuchar comentarios relacionados con ser fuertes, poner de parte, no estar locos, que refuerzan esa dificultad.
Pensar en acudir al psicólogo, al psiquiatra o a un neurólogo puede producirnos angustia por muchas razones. El estigma asociado a la enfermedad mental es una de ellas, pero también nuestro miedo a lo desconocido, o el temor de enfrentar situaciones o experiencias dolorosas que no quisiéramos tener que revisar. Es normal sentir algo de aprehensión antes de acudir a un proceso terapéutico, y de hecho, muchas personas llegan a los espacios de psicoterapia con miedo y con dudas sobre lo que vienen a hacer o van a encontrar.
El proceso diagnóstico y terapéutico es mucho menos atemorizante de lo que imaginamos. Si se trata de una condición orgánica, es necesario que un neurólogo pueda acompañar los procesos y los tratamientos. De igual manera, si nos encontramos con un desbalance neuroquímico, como ocurre en la depresión, la farmacoterapia es un acompañante importante del proceso de recuperación. Si el cuadro incluye síntomas psicóticos, la medicación ayudará a controlar los pensamientos desorganizados mientras la persona realiza un proceso psicoterapéutico para ordenar su mente.
Muchas veces, el espacio psicoterapéutico es suficiente, y las personas encuentran un alivio al poner en palabras y poder repensar los asuntos conflictivos que están causando malestar. Al hablar, podemos tomar algo de distancia de eso que nos preocupa y mirarlo con mayor objetividad y calma, y eso nos facilita la creatividad y la resignificación.
Los espacios de salud mental pueden producirnos ansiedad porque no los conocemos, pero cuando iniciamos, y comenzamos a sentir alivio, notamos la mejoría que estos espacios nos producen y los beneficios que ahora podemos aprovechar.
La psicoterapia, usualmente, toma alrededor de 4-6 meses para que podamos notar cambios profundos. Sin embargo, sentimos un alivio inmediato al iniciar, por efecto de la catarsis, o el desahogo que representa el poder compartir aquello que nos angustia. El tratamiento farmacológico toma también algo de tiempo en sentirse; no es inmediato, sino que requiere de un proceso de adaptación y de cambio en la química cerebral, que puede tomar entre 3 semanas y 3 meses. Luego, dependiendo del trastorno, se determinará si la medicación es temporal o debe tomarse de por vida, para que la persona tenga los beneficios de esta intervención.
Al final del día, lo peor que nos podría pasar, muchas veces, ya nos pasó, y tiene que ver con el cuadro que ahora buscamos aliviar. El tratamiento es mucho más suave que la enfermedad, y el alivio empieza a sentirse rápidamente, por lo que vale la pena iniciar el proceso que necesites y encontrar el alivio a tu malestar.
Ana Jácome
0995834262
ana@anajacome.com
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