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jueves, 8 de agosto de 2024

Ludopatía: ¿Por qué es tan adictivo apostar?

 


Introducción

Las apuestas, y con ellas la adicción y las inmensas pérdidas económicas, están cada vez más extendidas. Mucha gente apuesta, y mucha más se engancha y pierde más de lo que realmente puede gastar. Esto convierte a la ludopatía en una patología compleja, pues a partir de las apuestas compulsivas y las pérdidas económicas, las personas desarrollan cuadros severos de ansiedad, sentimientos profundos de culpa, y muchas veces, ideación suicida. De hecho, las personas con ludopatía tienen seis veces más riesgo de suicidio que el resto de la población.

Ludopatía y dopamina

  • Puede parecer muy difícil de comprender para quienes no lo hacen, pues observan una serie de malas decisiones financieras que parecen tontas o carentes de sentido. Y es que la ludopatía es una enfermedad, no una decisión racional. Es una enfermedad muy particular además, porque se sostiene del propio sistema de recompensa del cerebro. Pensemos en un juego de mesa, una partida de cuarenta o una elección de caja del supermercado que avanza rápido: cuando ganamos, nuestro cerebro suelta dopamina, un neurotransmisor que refuerza los comportamientos que “nos hacen bien”, porque se siente agradable. 

  • La dopamina aparece cuando comemos cosas deliciosas, y esto nos motiva a alimentarnos; también cuando tenemos intimidad con la persona que amamos, y esto aumenta las probabilidades de supervivencia de nuestra especie; producimos dopamina al ejercitarnos, y esto motiva que volvamos a hacerlo, y también cuando nos vemos con nuestros amigos o tenemos interacciones productivas en nuestros trabajos. La dopamina produce una sensación agradable, placentera, que premia para que repitamos eso que funciona para nuestro bienestar y el de nuestra especie.

  • Ahora, como todo sistema automatizado, el sistema de recompensa de nuestro cerebro se equivoca, con frecuencia, y termina reforzando comportamientos nocivos, como el uso de sustancias, los atracones de alimentos o las apuestas. Si apostamos, y ganamos, recibimos una dosis de la preciada dopamina que nos hace sentir invencibles. Y no solo llega la dopamina, sino además una ganancia económica que nuestro cerebro confunde con un logro nuestro – y no con un producto del azar o de un sistema diseñado para premiarnos y engancharnos – así que refuerza el comportamiento con esta dosis de bienestar que, en poco tiempo, comenzamos a necesitar. 

  • Parece tan intenso y tan fácil, que creemos que es una gran idea y que burlaremos al sistema con mucha facilidad. Y nos encontramos una y otra vez con que no podemos, perdemos, pero de cuando en cuando ganamos y retorna ese premio, esa dosis, ese bienestar.

Consecuencias

A medida que las pérdidas aumentan, crece también la ansiedad, el miedo, la decepción, la preocupación excesiva y la sensación de estar atrapados, de no poder salir, y de ser dañinos para los demás. 

Las personas que han caído en la ludopatía contemplan el suicidio con mucha más frecuencia que el resto, pero no tiene que ser así. Cambiar el cerebro y su sistema de recompensa es posible, cuando identificamos y modificamos los patrones que están activando nuestro sistema de recompensa, y en poco tiempo podemos liberarnos de esa necesidad de dopamina excesiva. 

¿Qué puedes hacer?

No se trata de eliminar la dopamina, pues eso no es ni posible ni deseable, sino de modificar el sistema de recompensa, de reeducarlo, de reencausar la motivación. Bloquear nuestro acceso a las fuentes de estimulación excesiva, como las plataformas de apuestas en nuestros teléfonos, es un paso importante. 

Hablar con seres queridos también puede ayudar a liberarnos de la culpa y del miedo a ser descubiertos. Un proceso de psicoterapia y la participación en grupos de apoyo definitivamente ayuda a comprender el fenómeno y adquirir herramientas para modificarlo. Sí hay salida. El dinero se recupera, no es lo más importante. Tu vida, tu salud, tu bienestar es posible más allá de lo económico, que podrás reconstruir al recuperarte. Comienza ya.

Imagen por Aidan Howe de Pixabay.

 

Ana Jácome

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