Pienso,
siento, y me comporto.
Una terapia
que te acoja y te de la razón, sin permitirte cuestionar tus propias creencias
sobre lo que vives, sobre las otras personas y sobre el mundo, tiene pocas
probabilidades de producirte cambios profundos que te lleven a sentirte mejor.
Si bien necesitamos que nuestros traumas y tragedias se reconozcan y se legitimen,
el proceso terapéutico funciona porque nos permite modificar la narrativa que
tenemos sobre lo que vivimos, cambiando así lo que sentimos y cómo actuamos.
Cuando conversamos
con nuestros amigos o familiares sobre nuestras vivencias y sufrimientos,
muchas veces recibimos a cambio o juicios y críticas, o nuestros interlocutores
se ponen de nuestro lado y nos dan la razón. Ninguna de estas dos alternativas permite
realmente un cuestionamiento y reformulación de nuestra narrativa.
Vamos a lo
básico. Como pensamos, vamos a sentir, y vamos a comportarnos. Por ejemplo,
supongamos que veo que mi pareja tiene muchos likes en sus fotos de instagram
de parte de una persona que ambos conocemos. Hasta ahí, los hechos son solo
hechos, son neutrales, no significan nada. Pero si, al ver esos likes, yo
interpreto que mi pareja tiene algo con esta persona, le atribuyo un valor,
construyo una narrativa sobre los hechos que va a producir emociones y
comportamientos. Entonces, cuando asumo que esos likes significan que mi pareja
tiene algo con dicha persona, voy a sentirme triste, víctima de una traición,
quizás enojada o indignada. Mi comportamiento, por ende, será conflictivo, y
quizás termine mi relación de pareja.
Si, por el
contrario, yo interpreto esos likes como la reafirmación de que mi pareja es
una persona atractiva, es posible que me sienta bien de que sea mi pareja, y mi
comportamiento será diferente, quizás aumentando mi cariño y mejorando mi trato
hacia esta persona que me gusta y que resulta agradable a otras personas.
Cómo me
siento y cómo me comporto, entonces, depende de la narrativa que construyo
detrás de lo que experimento. Pero esto no significa que la narrativa sea algo
consciente que simplemente responde a una lógica racional. No. Casi siempre, la
narrativa se construye desde las experiencias en la infancia, que generan una
impresión de nosotros mismos, los demás y el mundo, que filtra, sin que nos
demos cuenta, cualquier indicación de que las cosas no son así como las
interpretamos solamente. Entonces, cuando formamos nuestros filtros cognitivos,
se forman parámetros que empiezan a descartar posibles interpretaciones diferentes
y que tienden a confirmar las creencias desde las que interpretamos nuestra
existencia.
Lo peor de
todo, es que estamos seguros de que nuestras cogniciones son racionales,
pensadas, que responden a una lógica infalible basada en la evidencia y en la
verdad. Lo cierto es que son construcciones automáticas, involuntarias, porque
nuestra mente intenta facilitarnos la adaptación y la navegación por el mundo
simplificando las cosas para nosotros, pero este proceso, como cualquier
proceso automático, tiene sus fallas.
Así que si
en ocasiones tu terapeuta no te da la razón, sino que identifica otras posibles
interpretaciones de lo que estás viviendo, tal vez eso te permite ampliar tu
perspectiva, acceder a más información que estabas filtrando, aumentar tu
conocimiento sobre lo que vives y lo que interpretas. Ciertamente, es un
proceso lento y doloroso, y genera resistencias porque tus cogniciones se
formaron como mecanismos de defensa y estrategias de adaptación ante lo que vivías,
y cambiar eso no es tan fácil ni tan rápido. La resistencia puede manifestarse
en un desagrado por tu terapeuta, en excusas para abandonar el proceso o narrativas
sobre lo poco que te sirve tu terapia. Si consideras que tu proceso terapéutico
te sirve para romper tus creencias y ampliar tu perspectiva, tal vez te resulte
más fácil soportar esa ruptura y esperar a que la claridad haga efecto y puedas
tomar decisiones más informadas.
No digo que
sea fácil. No hacemos terapia porque sea lo fácil. La hacemos porque el
malestar que sentimos ya no es tolerable. Porque ya no aguantamos. Porque vemos
que nuestros síntomas se repiten. Que nos quejamos de lo mismo en diferentes contextos
y sentimos que es suficiente. Entonces iniciamos el trabajo terapéutico que,
aunque está orientado por el terapeuta, en realidad es trabajado por el
paciente. Por eso la terapia no puede responder a una demanda de alguien más,
como que tus papás te exigen o tu pareja te pone un ultimátum. El trabajo
terapéutico es tuyo y el deseo de cambiar tiene que ser tuyo también, y
entonces puedes hacerte cargo de tus narrativas caducas y la construcción de
nuevas narrativas que te faciliten, al fin, crecer, adaptarte y avanzar.